"GRACIAS A LA VIDA"


Por: YAZMINE LIVINALLI

Hoy murió Mercedes Sosa. Para los adultos contemporáneos como yo, su canción “Gracias a la vida” es alimento para el alma. Gracias a la vida, que me ha dado tanto…

Me ha dado, entre otras cosas, un par de paticas para correr…

Lamentablemente, y por ahora, mis paticas estarán de vacaciones por tiempo indeterminado.

Les cuento (a los que no lo saben):
Mi aproximación a la corredera comenzó con Joaquín Livinalli, mi papi bello y adorado. Él fue uno de los primeros “trotadores” del Parque del Este y de los que llegaban hasta la vuelta de Vizcaya en el municipio Baruta cuando aún no existía la urbanización Los Samanes. Nunca entendí por qué se levantaba a las 5 de la mañana a correr; tampoco entendía su fascinación por los zapatos deportivos y mucho menos por qué me mostraba con tanto orgullo su franela empapada en sudor al regresar de su corridita matutina.

El tiempo y mi hijo se encargaron de hacerme entender TODO. Después de haber dado a luz a mi querube y de haberme engordado chorrocientos kilos por someterme a una dieta de sopa de pollo, malta y CEBADA en mi afán de alimentarlo sólo con mi leche, y de haberme dado cuenta de que no podía seguir escogiendo las horas en que podía ejercitarme sino adaptarme a las que la rutina de mi hijo me dejaban, decidí inscribirme en un gimnasio al que sólo podía ir en horas en que no había clase de NADA. Fue así como me subí por primera vez a una trotadora. Caminé el primer día 5 minutos y me aburrí hasta más no poder. Al segundo día aumenté la velocidad de la correa a ver qué pasaba y al cabo de un mes estaba “trotando” suavecito 15 minutos. Luego me fui de vacaciones a un lugar de esos que en nuestro país no abundan y que brinda todas las oportunidades a los que queremos hacer ejercicio, y di la vuelta a la manzana TROTANDO. Toda una proeza.

En esos días me compré mi primer par de zapatos para correr de manera “recreacional” (y que me perdonen los puristas), sin rumbo fijo y sin horario ni fecha en el calendario. Pasaron unos cuantos años y en 2002, a raíz del famoso paro petrolero, momento en el cual hasta el más flojo de los flojos venezolanos por lo menos se montó en una bicicleta a dar una vueltica, una amiga me sugirió inscribirme en una carrera de 10k que organizaba el municipio Chacao. Me inscribí con el deseo de quedar viva y terminé orgullosa de mi 1:04 y de no haberme dejado ganar por la ambulancia de Rescarven a la que amenacé hasta el kilómetro 5 con atravesármele si me pasaba.

Desde entonces participé en cuanta carrera de 10k se me atravesó y corrí dos medio maratones en Caracas, como quien no quiere la cosa.

Un buen día me encontré con el grupo Caracas Runners en Yahoo y me registré. Allí conocí a mi amiga Adriana, gracias a quien me entusiasmé para correr el Maratón de Nueva York en 2007. El día que tuve mi primer recibito de los tantos que acumularía por mi participación en “tan magno evento” mi vida cambió para mejor. Me sentí miembro de un grupo especial de seres humanos, me arruiné comprando cuanto libro habla del asunto y cuanto zapato recomendaban las revistas especializadas (de más está decir que Runners World pasó a ser literatura obligada y de cabecera), pagué el noviciado cargándome de carbohidratos para tener energías para entrenar y comprobé que el cielo es el límite y que uno en verdad es del tamaño del compromiso que se le presente. Mi monitor cardíaco Polar (Runners’ Computer), uno de los regalos más preciados que me ha hecho mi hermano Joaquín, pasó a ser uno de los objetos más cuidados por mí. Con él me organicé, me medí, me exigí, me comparé conmigo misma, y con sus datos llené una agenda en la que llevaba la cuenta de mis ¿progresos?, colocando hasta calcomanías de estrellitas como premio (toda niñita yo) cada vez que hacía un largo el domingo. Todo un ritual.

Innumerables son las anécdotas de mi período de entrenamiento para el NYCM, especialmente una que compartí con Adri cuando corrimos nuestros primeros 30k. Pegamos un grito (censura XXX) en la esquina de la bomba de Chuao, frente al Eurobuilding, que los bomberos aún deben recordar.

Descubrí entonces que mi cuerpo tiene más fibras musculares para la resistencia que para la velocidad, aprendí qué significa “fartlek” (aunque nunca pude hacer la conversión de millas a kilómetros para saber cuál es mi bendito paso de maratón menos 3 centésimas y media de segundo dividido entre su raíz cuadrada multiplicada por Ω), descubrí que el asfalto es lo máximo, me enamoré cada día más de la sensación del viento en el rostro y de la LIBERTAD que experimenta todo corredor en la calle, dejé que mi ipod shuffle se hiciera un apéndice de mis orejitas, convertí los obstáculos de la vía (huecos, palos, etc.) en mis aliados, conocí todas las panaderías – por los baños - de las rutas divinas que me inventé, me ideé escondites para ocultar mis llaves y mis botellitas de agua o Powerade, me volví fanática de las conservitas de plátano (que compraba en cuanto kiosko se me atravesaba), hice turismo capitalino, casi lloré con un borrachito que me aupó en un semáforo en el Paraíso cuando corrí el Medio Maratón Simón Bolívar (esa es mi Venezuela), me morí de la risa el mismo día cuando el alcalde de Caracas dio la partida lanzando fuegos artificiales (¿dónde más pasan cosas así?) cuya pólvora y palos nos cayeron a todos los corredores en la cabeza antes de partir, acumulé medallas que ya perdieron su brillo y un montón de franelas de algodón que pienso convertir en una manta tipo “quilt”, hice de la compra de artículos para corredores mi única parada de compras cuando viajaba, y lamenté no haber podido compartir esas experiencias con mi papá.

Para el Maratón de NY no me dio tiempo de bordar mi franela con mi nombre, pero llevé una chapita con la foto de mi papi (y a mi mamá, por extensión) para que me acompañara en la ruta. Me reí de lo lindo en la zona de partida, tratando de pegar la etiqueta adhesiva que me regalaron en la Expo en la que había escrito mi apellido “Livinalli” en letras medio choretas con marcador y que se despegó por los efectos del calor de mi cuerpo ANTES de bajarme del autobús, me maravillé porque el baño portátil tenía espejo, me emocioné con una misa Godspell que nos cantó en la ruta, me reí también por los esfuerzos de la gente en la vía tratando de llamarme por mi nombre y de todas las variaciones del mismo que pronunciaron en su guachi-guachi, le di la mano chocando los cinco a todos los que me la ofrecieron, vi a unos 27 tipos haciendo pipí en plena calle, llegué a Central Park cantando “Living la Vida Loca ” y disfruté todos y cada uno de los momentos del antes, el durante y el después (por un tris – y por el flexor del cuarto dedo del pie izquierdo - no entré a la lista que publica el NY Times con los números de los corredores que hacen el maratón en 5 horas o menos).

Las anécdotas son innumerables. Lo interesante es que nunca me imaginé que esa iba a ser la última vez que iba a correr. Yo, tan exquisita, tuve que someterme a todos los exámenes del mundo para determinar, 6 meses después de ese 4 de noviembre, con unos cuantos kilos más y unos muchos bolívares menos en mi cuenta y gracias al Dr. Carlos Eduardo Márquez, que tenía una fisura en el pubis (4 meses de muletas y reposo en cama). Después de más de un año, cuando ya estaba lista para retomar mi faena, me fracturé un dedo del pie por torpe y luego me encontré, faltándome sólo hacerle la carta astral y visitar Sorte, con que tengo una lesión en un dedo famoso que al parecer no tiene remedio. Me imagino que estarán pensando: “Pero que tipa tan pavosa”. Pues NO. Gracias a la vida…

Hoy he decidido pasar la página y hacer el duelo de mi sección del closet en la que guardo todos mis pertrechos de corredora. No regalo los zapatos porque ya están usados. El monitor cardíaco me puede servir para otras cosas. Los libros los ofrezco (pero me los devuelven), y sigo viviendo la emoción de la corredera a través de mis amigos y de mi pareja, quien se está iniciando con muy buen pie, literalmente, en el deporte. Pero…¿saben qué?: NADIE ME QUITA LO BAILAO. Me quitaré los diez kilos de más sin prisa pero sin pausa y buscaré las endorfinas en otra parte, pero seguiré siendo CORREDORA.

Por eso, insisto, por lo BELLO, doy gracias a la vida; por eso no me inscribo en la lista de aquellos que caen en una depresión cuando se lesionan. ¿Chimbo? Sí. ¿El fin de una etapa?...¿Quié n sabe? Por ahora me despido del asfalto pero quién sabe si regreso algún día como integrante de la categoría Z.

Hoy, apenas a una semana de haber recibido mi certificado (sí, DOS AÑOS DESPUÉS) como la participante número 32862, 8.998 de las 12.535 mujeres que terminaron el NYCM, y orgullosísima de mis 5:06:18 (a ver Freddy, si resistes corriendo todo ese tiempo), sólo me queda sugerirles que disfruten todos y cada uno de los golpes que con sus pies dan al asfalto y que atesoren todos los momentos en los que puedan bañarse en esa mezcla sabrosa de sudor y cristales de sal que constituye la prueba del “runner’s high”.

Nos vemos en el asfalto, aunque sea como espectadora.

Yazmine Livinalli.

Caracas, 5 de octubre de 2009."

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